El comercio exterior, definido como los actos realizados por una empresa para el intercambio de productos y servicios con otra empresa radicada en otro país, con el objetivo de satisfacer una demanda insatisfecha, es vital para la economía de los países.
Las actividades de comercio exterior se rigen por reglamentos, tratados y acuerdos internacionales. Estos mecanismos proporcionan cierto grado de control de los productos, agilizan el proceso administrativo y burocrático y definen todo el marco fiscal de este tipo de operaciones.
La decisión de aventurarse más allá de la propia zona de confort y expandirse globalmente ofrece a las empresas, y en consecuencia a las economías, la oportunidad de capitalizar sinergias y ventajas comparativas entre naciones, permitiendo así la cobertura de nichos de mercado y/o ampliando la gama de bienes y servicios ofrecidos en el mercado objetivo.
Este tipo de operaciones empresariales tiene varias ramificaciones:
- La riqueza de un país aumenta cuando sus operaciones comerciales internacionales tienen éxito, lo que se traduce en un aumento del PIB y una mejora de la balanza de pagos.
- Los tipos de cambio se ven afectados en última instancia por los flujos que producen las actividades de comercio exterior, que a menudo incluyen operar en una moneda distinta de la local.
- La competitividad de las empresas es mundial, ya que operamos en un mercado global. Las empresas locales se ven obligadas a adaptarse constantemente debido a la presencia de competidores extranjeros que pueden satisfacer las demandas de los clientes a precios bajos, además de la intensa rivalidad local ya existente.
- Las operaciones de comercio exterior impulsan la eficiencia empresarial, obligando a las naciones y, en consecuencia, a las empresas a perfeccionar y reelaborar constantemente sus tácticas para obtener una ventaja competitiva.
- Dar el salto global implica no sólo abrirse paso en nuevos mercados, sino también atraer a nuevos inversores que nos apoyen en el camino.